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por José M. Santa Cruz G.
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En el Hipódromo de Monterrico-Perú, se llevó a cabo la cuarta versión del Campeonato Internacional de Jinetes (Robalca) – Copa LARC, en ella participaron 12 jockeys, entre ellos Jorge Ricardo y Manoel Cruz de Brasil; Julien Leparoux de Francia, Kent Desormeaux de Estados Unidos, Pablo Gustavo Falero de Uruguay y Eibar Coa de Venezuela. Más seis látigos peruanos entre ellos Edwin Talaverano, quien desarrolló parte de su carrera en Argentina, Edgar Prado y Rafael Bejarano, quienes corren en la hípica norteamericana. Competencia que repartió 15 mil dólares a los tres primeros lugares, que disputaron 4 competencias puntuadas. En esta competencia, que es parte de la estrategia de expansión e internacionalización de la hípica peruana, que entre otras cosas pretende remodelar el Hipódromo de Arequipa, el último chileno en participar fue David Sánchez el año 2008, quien no logró sacar puntos en ninguna de las competencias, tal cual lo marca el sitio web del Hipódromo Chile.
Si bien este tipo de competencias no pretenden ser representativas, a diferencia del Latinoamericano, nos permite apuntar un par de reflexiones en torno al acontecer actual de la hípica chilena, que refieren principalmente a la generación de jockeys que actualmente pueblan las pistas locales. En un escrito anterior (ver artículo: ¿Qué sucede con la generación de recambio de los jockeys en Chile? 20/Enero/2009), plateábamos que se ha ido instalando una tendencia hacia la mediocridad, lo que quiere decir, que se potencia la cantidad de carreras que puedan correr un jinete jinetes, por sobre la calidad o destreza técnica de los mismos, lo que va minando las posibilidades de que aparezca excepciones, aquellos que se transforman en ídolos. De esta forma la ausencia de un escritura hípica crítica en el aspecto técnico, como a su vez, de los propios participantes del mundo hípico, que parecieran no aconsejar ni corregir a aquellos jóvenes que conducen a sus caballos, sólo reclamando off the record la ausencia de jinetes buenos, los mismos jinetes “top” se sorprenderían de quienes hacen ese tipo de comentarios. Van potenciando esa tendencia a la mediocridad.
Esto se ve agudizado por una ideología del patrón, que domina el quehacer diario de preparadores y propietarios, donde el jinete no es tratado como un trabajador, sino un inquilino que debe obedecer órdenes, más allá de que esto pueda perjudicarlos individualmente tanto en su seguridad personal como en su desarrollo deportivo, hasta en la propia carrera. En el primer caso, recordemos las escenas dantescas en el Hipódromo Chile y Club Hípico de Santiago donde los jinetes intentaban detener las reuniones, debido a la mala condición de las pistas, las cuales inundadas por fuertes tormentas, hacían correr graves peligros a los jinetes y caballos sólo por terminar el programa de carreras y no perder dichas recaudaciones. Muchos de los cuales quedaron marcados como conflictivos, en una especie de lista negra, empezando por el presidente del sindicato Pedro Cerón.
En el segundo término, al no potenciar la subjetividad del jockey, es decir, que sus decisiones y reflexiones carecen de importancia en la carrera, ya que deben cumplir órdenes a pesar de que muchas de éstas no sirva para el transcurso cambiante de la carrera, no permite que éste vaya potenciando su creatividad deportiva, que es un acto casi reflejo que le permite a un deportista sacar ventajas con respecto al resto de sus competidores, lo que en una pista puede marcar la diferencia entre ganar un carrera o no. A esta acciones comúnmente se les denomina con palabras como: mágico, brillante, excepcional, etc. Existiendo una clara desconfianza ante aquellos que improvisan, que leen la carrera y cambian de planes, etc. hay un temor enraizado a la diferencia, a explotar la subjetividad del jockey. No tanto por los rendimientos en la misma pista, sino a que esa misma subjetividad se revele contra un sistema de trabajo oligarca, sustentado en la posesión del cuerpo como propiedad acumulable.
Ahora bien, otro asunto que se desprende directamente, y no desde los fondos oscuros como lo que referíamos anteriormente, es la escasa importancia de los látigos locales en el ámbito latinoamericano. Muy diferente a lo que acontecía en el siglo pasado, donde los jockeys se paseaban por el continente armando verdaderas escuelas, ganando estadísticas y quedando en la memoria colectiva de la masa popular que llenaba los hipódromos. Dentro de varias decenas de jinetes que se fueron sostenidamente a distintas hípicas durante por lo menos 7 décadas, marcaremos algunos pocos que sobresalieron y solo de unos pocos países, para en un futuro hacer un artículo solamente de este punto.
En el caso de Brasil, llegan Andrés Molina y José Salfate en la década del 20, creando la escuela de jinetes de Brasil, una hípica que recién el año 33 hace la primera versión del Gran Premio de la Gavea-Rio de Janeiro y el 42 el Gran Premio de Sao Paulo, Salfate ganará más de 1000 carreras. Posteriormente llegará una segunda oleada al Brasil en los años 40, entre ellos Juan Zuñiga, Osvaldo Ulloa, Luis Alberto Díaz (que también correrá en Perú, Argentina, entre otros) y Francisco Irigoyen (que en la década del 50 irá a Argentina). En los años 50’ llega Juan Francisco Marchant, que fue apodado las muñecas de América y siempre comparado con el jinete uruguayo Irineo Leguizamo, el cual fue inmortalizado por Carlos Gardel. Para finalmente en la década del 60’, recibir a Enrique Araya, Gabriel Meneses, Sergio Vera (que pasó antes por Perú) y Juan Amestelly. Todos ellos multi-ganadores de las más importantes carreras del turf brasileño y que recorrerán toda Latinoamérica con finasangres nacidos en Brasil y otros lados del continente.
La llegada de chilenos a Argentina comenzará con fuerza la década del 50’, de los antes no nombrados estarán Eduardo Jara y Juan Araya, éste último será el más influyente de los jinetes chilenos en Argentina al introducir el tipo de rienda llamado filete, que es la que actualmente se usa en todas las hípicas del mundo, y fue contratado cuando estaba en plena actividad como profesor de la escuela de jinetes, por lo cual se le conocía por Maestro. La siguiente década recibirá a Carlos Pezoa, quien junto a Jara, serán parte de la elite de la hípica argentina, ambos ganaron dos Gran Premio Carlos Pellegrini. Tomando en cuenta este último clásico, habrá que hacer notar que en la versión del año 72’ 5 jinetes chilenos corrieron la carrera y uno sólo era caballo chileno. En el caso de Perú, Pablo Alquinta, Guillermo Silva (ganador del clásico El Ensayo el año 52’ en Chile), José Atala, Antonio Vásquez, desarrollaron destacadas campañas. En la década del 70 llega Adolfo González, quien el año 72’ sale tercero en el Gran Premio Carlos Pellegrini, mientras ganaba SANTORÍN con la conducción de Arturo Morales (nieto de preparador chileno Juan “Mago” Cavieres Mella), quien vivió toda su vida en Perú.
Desde la década del 50’ Venezuela se transformará en un polo atractivo para los jinetes Latinoamericanos por un enriquecida actividad, en esos años se van Juan Eduardo Cruz y Carlos Cruz, Balsamiro Moreira (ganador 5 veces del premio Simón Bolivar y seis veces ganador de la estadística) y Milton Barra, entre muchos otros. Si bien, las hípicas norteamericanas no fueron las que más llamaron la atención de los látigos del continente hasta los años ochenta, podemos nombrar la figura Ruperto Donoso que gana en Estados Unidos el clásico Belmont Stakes en la década del 40’, Fernando Toro ganó alrededor de 2000 carreras desde los años 60 y un joven Octavio Vergara se va en los años 70’. Sin contar la participación fundamental en las hípicas ecuatoriana, colombiana, etc.
Los últimos estertores de ese movimiento internacionalista, lo podemos encontrar en el quehacer de los años ochenta de Sergio Vásquez que solía visitar pistas extranjeras, no sólo en el Clásico Latinoamericano, consiguiendo triunfos en Venezuela que nunca se le han contabilizado en Chile y un fallido intento en Estados Unidos, y un desconocido en el ámbito local Santiago Soto, que hizo carrera en Italia, ganando uno de los Derbys. Dentro de los años noventa las figuras de Fernando Díaz y Manuel Santos en la hípica sueca, permitió que una serie de jinetes fueran a probar suerte con dispares resultados en una hípica de segundo orden dentro del continente europeo. Por su lado, su hermano, José Santos tuvo un fugaz pasó por la hípica venezolana, para finalmente asentarse en Estados Unidos, logrando entre otros ganar dos etapas de la triple corona norteamericana. Y en esta última década las participaciones de Luis A. Torres con ejemplares peruanos en unos pocos clásicos de la región y la consolidada participación de Manuel Martínez en la hípica sueca, tras un fallido intento en Estados Unidos, marcan el agotamiento de un tipo de jinete que antes caracterizaba la hípica chilena, que tenía una depurada técnica. No se entienda por esto una especie de melancólica añoranza del pasado, sino una realidad con datos que demuestra la precariedad técnica de nuestro medio en la actualidad.
Siempre habrá uno que otro, pero todos esos otros que le dieron grandes rendimientos a la hípica chilena, son fantasmas ausentes sin posibilidad murmurarle a los látigos actuales, ya que no son modelos para imitar ni superar. La época dorada de los látigos chilenos se acabó en la medida que la hípica ha ido preponderando su dimensión comercial y no deportiva, donde los jinetes son tratados como inquilinos y no trabajadores, donde la ideología del patrón ha ido mellando la particularidad de los jinetes, y finalmente, en la carencia de una crítica periodística que pueda desentrañar los aspectos técnicos de la actividad, para privilegiar una apología de la mediocridad, con un lenguaje sobre poblado de calificativos, de los ídolos de un año o seis meses, de los que bajan la cabeza escondidos en eufemismos como la obediencia.
Para quienes les interese el resultado de la competencia acontecida en las pistas peruanas, la copa se la llevó el norteamericano Desormeaux, quien ganó dos etapas y salió tercero en otra, con 23 puntos, lo siguió el peruano Trujillo con 18 puntos, al ganar una competencia y salir segundo en otras dos. El tercer lugar fue para el local Cacha Padilla, ganador de una carrera y tercero en otra, con 13 puntos. La lista puntuable se completa con Bejarano con 5 puntos, Ricardo y Prado con 4, Leparoux con 3 y, finalmente, Falero, Valdivia y Coa con 2 puntos, éste último se le asignaron los puntos al retirársele el caballo en la primera carrera. Habrá que consignar, que la competencia estuvo reñida hasta la última etapa, donde Desormeaux montando PACASMAYO superó en un estrecho final a DIABLESA, conducida por Trujillo. El jinete norteamericano se llevó un premio de 8 mil dólares.
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