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por José M. Santa Cruz G.
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Hace algunos meses atrás la Revista Hípica Fusta cumplía 18 años, un 2 de noviembre de 1990 nació esta publicación que buscaba al mismo tiempo que informar sobre las reuniones de los diferentes hipódromos, siendo útil en los centros de apuesta, reseñar y hacer crónicas del mundo hípico, en el amplio espectro desde la entrevista hasta una reflexión a propósito de una carrera particular, pasando por padrillos destacados y referencia históricas. Bajo el alero del Diario La Nación, fue ocupando un lugar particular haciendo guiños evidentes con publicaciones como La Huasca. Adentrado el nuevo milenio, la revista independizó su tiraje e intentó darle un vuelco más global, con ediciones especiales para los clásicos importantes e instalándose como un lugar con pretensiones donde el periodismo hípico podría tener cierto grado de libertad con respecto a los hipódromos y a los órganos centrales. Hace un poco más de una semana salió su último número en papel.
Este espacio al parecer comenzó a ser molesto, varias veces en los pronósticos del periodista Juan Antonio Torres, entre otras secciones, se dejaban esbozar pequeños alegatos en pro de tener una hípica plural, profesional y de acorde con el crecimiento contemporáneo de la actividad. Estaba claro que no era una disputa periodística entre cronistas con diferentes puntos de vista, la referencia era a un externo, a alguien que hacía llegar críticas por conductos privados, escondidos de la opinión pública, camuflados. También presenciamos la disputa entre aquellos periodistas oficialista, aquellos que son invitados a los diferentes clásicos internacionales o a los salones de más alta alcurnia de la hípica local, contra aquellos que oficiaban como oposición, posición que realmente no era tan radical como suena, simplemente se cuestionaban por ejemplo, el estado de las pistas, la programación de los clásicos para los días viernes, el futuro de algún hipódromo, etc.
Todo esto se tenía que leer entre líneas, suponer a los adversarios o a quienes se les hablaba y cual delirio de la sociedad virtual, proyectar una imagen binaria de las disputas, los bandos y los argumentos reales, las frustraciones, los odios, etc. La Fusta era un espacio delirante, tal cual la hípica chilena lo es, delirante en la medida en que al mismo tiempo que discutía y reclamaba contra ese otro, tenía que mostrarlo como un fantasma o como un pálido reflejo de lo que realmente es, esbozarlo, esconderlo, por la propia seguridad de la continuidad de la publicación. Para no ser acusado de no objetivo ni que se le lanzaran todas esas máximas propias de la ingenuidad periodística, como mantener la distancia con los protagonistas y no tergiversar los hechos. ¿Es posible pensar en la objetividad de un periodista cuando su empleador es dueño, juez y parte del espectáculo? ¿Es posible un ápice de crítica, cuando el que te lee es quien te da el sustento familiar? La respuesta es evidente...
En una hípica que va a pasos agigantados a una miniaturización, monopolización y a ser para unos pocos, la desaparición de la Fusta es parte de este proceso, es evidente que medios masivos no son necesarios, si todas las noticias viajarán entre los corrales, las reuniones de amigos y los salones de los pocos hipódromos que quedarán. Es evidente a su vez, que para el individuo como mero apostador, el aspecto deportivo amplio de la hípica es poco relevante, en la medida en que no influye en su apuesta directamente, ¿a quién le importará que para el próximo clásico latinoamericano un preparador podría llevar los cuatro ejemplares representantes de Chile? ¿A quién le importará que un preparador tenga una corte de palos blancos para seguir en la actividad a pesar de su reiterada conducta de doping? Algo huele mal en Dinamarca decía un personaje literario, parafraseándolo digamos, algo huele mal en la hípica chilena, malos síntomas se dejan ver en esta anoréxica actividad. No son buenos tiempos, fuera de la televisión y escasamente en los medios escritos masivos, sólo le queda un reducto familiar en la radio y una serie de sitios virtuales, como éste, donde siempre se está coqueteando con la lógica del fragmento, imposibilitados de una repercusión masiva.
Algo huele mal en Dinamarca...
Este espacio al parecer comenzó a ser molesto, varias veces en los pronósticos del periodista Juan Antonio Torres, entre otras secciones, se dejaban esbozar pequeños alegatos en pro de tener una hípica plural, profesional y de acorde con el crecimiento contemporáneo de la actividad. Estaba claro que no era una disputa periodística entre cronistas con diferentes puntos de vista, la referencia era a un externo, a alguien que hacía llegar críticas por conductos privados, escondidos de la opinión pública, camuflados. También presenciamos la disputa entre aquellos periodistas oficialista, aquellos que son invitados a los diferentes clásicos internacionales o a los salones de más alta alcurnia de la hípica local, contra aquellos que oficiaban como oposición, posición que realmente no era tan radical como suena, simplemente se cuestionaban por ejemplo, el estado de las pistas, la programación de los clásicos para los días viernes, el futuro de algún hipódromo, etc.
Todo esto se tenía que leer entre líneas, suponer a los adversarios o a quienes se les hablaba y cual delirio de la sociedad virtual, proyectar una imagen binaria de las disputas, los bandos y los argumentos reales, las frustraciones, los odios, etc. La Fusta era un espacio delirante, tal cual la hípica chilena lo es, delirante en la medida en que al mismo tiempo que discutía y reclamaba contra ese otro, tenía que mostrarlo como un fantasma o como un pálido reflejo de lo que realmente es, esbozarlo, esconderlo, por la propia seguridad de la continuidad de la publicación. Para no ser acusado de no objetivo ni que se le lanzaran todas esas máximas propias de la ingenuidad periodística, como mantener la distancia con los protagonistas y no tergiversar los hechos. ¿Es posible pensar en la objetividad de un periodista cuando su empleador es dueño, juez y parte del espectáculo? ¿Es posible un ápice de crítica, cuando el que te lee es quien te da el sustento familiar? La respuesta es evidente...
En una hípica que va a pasos agigantados a una miniaturización, monopolización y a ser para unos pocos, la desaparición de la Fusta es parte de este proceso, es evidente que medios masivos no son necesarios, si todas las noticias viajarán entre los corrales, las reuniones de amigos y los salones de los pocos hipódromos que quedarán. Es evidente a su vez, que para el individuo como mero apostador, el aspecto deportivo amplio de la hípica es poco relevante, en la medida en que no influye en su apuesta directamente, ¿a quién le importará que para el próximo clásico latinoamericano un preparador podría llevar los cuatro ejemplares representantes de Chile? ¿A quién le importará que un preparador tenga una corte de palos blancos para seguir en la actividad a pesar de su reiterada conducta de doping? Algo huele mal en Dinamarca decía un personaje literario, parafraseándolo digamos, algo huele mal en la hípica chilena, malos síntomas se dejan ver en esta anoréxica actividad. No son buenos tiempos, fuera de la televisión y escasamente en los medios escritos masivos, sólo le queda un reducto familiar en la radio y una serie de sitios virtuales, como éste, donde siempre se está coqueteando con la lógica del fragmento, imposibilitados de una repercusión masiva.
Algo huele mal en Dinamarca...
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